miércoles, 5 de septiembre de 2007

Fugaz y vivaz


Los de arriba son
de él (no él).


Comía, él, todas las almendras con azúcar, acarameladas. No creo que la elegancia fuera su mayor destreza. Su arte en potencia. No paraba. Quién sabe por qué las comía de esa manera, por qué a tal velocidad. No creo estuviese nervioso. Era un a tras otra, pero su cara no hablaba de nervios. Más bien eran como impulsos, casi- diría- inclusive saltando. Simplemente comía fugaz y vivaz, con ansias a terminar. Luego- capaz- se compraría otra bolsita. Las devoraba. Se encontraba, allí, parado junto a la puerta. Sus piernas duras, sus muslos no se movían: no tiritaban.
Era digno de ser visto.
Esos rulos gigantescos al viento- aunque no hubiese. Un mero roce con cualquiera que por allí pasara, hacía que sus lindos pelos se sacudieran con éxito. Rulos que de a poco se acaramelaban; eran largos y rubios, tal vez casi pelirrojos.
Si alguna almendra acariciaba su pelo, se adhería sin dudarlo en aquellos. Suena asqueroso, pero en conjunto, conformaban una escena: era hasta casi sensible aquella situación, lo que ella provocaba. De a poco, todo se iba acaramelando. Primero eran sólo las almendras (aunque antes había visto otras aún más acarameladas); lentamente esos rubios se teñían. La punta de ellos, luego hacia el medio. Su pelo no era más, rubio.


No sé si habría alguien más, observando la escena.

No hay comentarios.: